DANZA
En una danza macabra se mueven las letras junto a las ideas,
se toman de la mano, levantan sus lados. Vértice contra vértice se unen, se
desunen. Forman puentes, pasajes, montañas, abismos.
Los sí y los no van y vienen, gritan, aúllan, silencian, se
agigantan y hasta desaparecen en un punto con final.
Una melodía alocada invade la mente, los dedos tamborilean,
marcando en el papel, una huella lineal en la ruta blanca… negras, rojas, verdes,
rastros, vestigios de emociones, jeroglíficos irreflexivos, reminiscencia
pasional.
Tiemblan los labios, en agua se convierten los ojos, se
plasma el sentido de la angustia. Cataclismo doloroso que invade, se expulsa,
se adhiere, penetra y resbala hasta caer desde el lagrimal hacia el surco de la
mejilla.
Rostro iluminado, sol que enfrenta sin inviernos, el júbilo por la piedra que ha quedado al costado del
sendero, hombros alivianados y la armonía del arcoíris entre claroscuros
nubarrones.
Danza, música, letras, manos, dedos que conducen a un lápiz
domesticado.
Palabras mudas que al instante en que son levantadas por la
mirada, fluyen por la boca y toman vida.
Silencia el día.
La noche abre la puerta del descanso.
Las letras se guardan, solas, en los rincones del recuerdo.