VERDE VERANO
Qué color?
Pregunté inocentemente
sin saber en que vericueto me introducía esa cuestión. Sin siquiera pestañear,
me miraste de frente, tomaste firme los hombros y tu voz resonó en la siesta
gris de un noviembre atípico.
Verde verano!!... me
sorprendiste. Pero no un verde verano común y silvestre. Un verde verano que se
otoñe en marzo y tiña de rojos bordó para quedar palito desnudo en invierno.
Complicado… mi interior
razonable me hizo notar. Pero ya estaba lanzada la pregunta y la respuesta no
se había hecho rogar. Manos a la obra. Nuestra juventud ameritaba el desafío.
Lustre la puerta de
algarrobo hasta el punto de pasar la mano y resbalar en ella, como manteca
derretida en el molde de torta. Busqué un barniz natural y acaricie a pura pincelada su cuerpo duro e inflexible.
La tarea siguiente sería difícil, pero la concentración no admitia pensamiento
negativo alguno. Una maceta aquí en este costado abrigada por helechos mimosos, al frente un
cerca de esterillas cruzadas sostenían a una madreselva rebelde que quería
hacer un piquete en la mismísima entrada. El botellón, otrora lleno del elixir
mágico atesorado por Baco lucía de cuerpo entero centinela de la
entrada. Fui guardando dentro de la tierra del cantero, cada manojito de raíces,
y suavemente ataba con hilo de algodón, guiando la trepada, los brotes tiernos de una falsa parra.
Y pasó un verano, y
vino un otoño, transitó el invierno con leños en el hogar, y la primavera hizo
su explosión radiante, y sin darnos cuenta la casa se convirtió en un verde
verano.
Los sillones descansan en el jardín, cada uno tiene su almohadón desteñido,
sentados a la sombra tomados de la mano, nuestros dedos añosos tiemblan,
nuestras miradas se amalgaman en el espacio ínfimo distante que nos une. Recordamos
el otoño color rojo bordó de las hojas anunciando la próxima estación.
El canario cantaba
alegre. Sin voltear hacia la derecha mi rostro lance las palabras al viento.
Qué color? Te pregunté presagiando
la respuesta. Giraste tu rostro, los
pequeños surcos alrededor de tus labios se suavizaron y con una sonrisa solo
percibida por mí, respondiste, celeste celestial.
La tomé en mis brazos y la llevé a su habitación.
Cerré la ventana.
Comprendí que era la hora de cambiar los
verdes verano…