ME
FUI COMO PARA NO VOLVER
Me fui como para no volver. Como se fue
ella sin consultarme. De un día para el otro. Se cansó, dijeron los médicos. Yo
no entendía nada, solo sentía ese dolor profundo que deja la visión de un
futuro en soledad. ¡¡¡Cómo olvidarse de respirar!!! Con lo puro que era el aire
del valle. Cómo cerrar los ojos para no abrirlos, si las montañas tenían
siempre un verde esmeraldino especial. ¿Por qué no seguir respirando el aroma a
jarrilla y poleo en los amaneceres húmedos de rocío?
Es chico y se va a olvidar. Decían
las ancianas del lugar...
Cómo pretender olvido si cada mañana
despertaba con el olorcito a pan casero, y desayunaba pan de miel con arrope de
uva, y una jarrita grande enlozada, llena de un humeante mate cocido que esas huesudas
manos habían preparado desde temprano. ¿Porque soy un niño tengo que olvidar?
¡Cómo decirle al dedo gordo del pie derecho que no me
agujeree la media de lana de llama, porque nadie me la va a zurcir y yo no sé!,
soy chico; y este nudo que intento hacer una y mil veces, y no me sale, y me
enojo, y me peleo con los cordones de las zapatillas, y las lágrimas por la
impotencia corren por mi mejilla rosada, me salen los mocos de la nariz y
escupo en el suelo tanta bronca!
-“Los nenes no lloran”-... siento
detrás de mí. Me doy vuelta rápido, preparando el puño para estrellarlo en la
cara de quién lo dijo. ¡Pero salió corriendo el muy cobarde!
Yo soy nene, lloro la ausencia de
esa figura que me hacía sentar de prepo en la silla de algarrobo, abría un
libro y a leer en voz alta... y yo, haciéndome el pícaro, la miraba entre
líneas cómo planchaba el alto de ropa...
-“¡Más fuerte que no te oigo!”-...Y
a empezar de nuevo, a leer la historia de ese tigre de la selva formoseña.
Hoy leo a gritos, o muy bajo que casi
ni me oigo, y nada...
Ella no está, ni cerca ni lejos, ni
arriba en el cielo ni en ningún lado, como quisieron convencerme. No está, se
fue, no me preguntó si yo quería que la acompañe; como cuando se iba hasta el
camino de la Cuesta a vender el blanco
quesillo de cabra.
¿Y ahora?... ¡ahora me voy yo!
¿Quién necesita de un niño que no
sabe atarse sólo los cordones de las zapatillas? ¿Y ni zurcir el siete que se
hizo en el pantalón azul?
Tengo todo pensado, a la noche, cuando la luna
se asome arriba en el cerro, pondré en la canasta pan casero, arrope, y
quesillo. El pantalón de los domingos, y la camisa a cuadros azules. Los
zapatos para ir al colegio y el pulóver peludito marrón, por si hace frío
alguna noche. Y al amanecer sin que nadie me oiga me voy para la cuesta. Allí
algún turista me llevará hasta algún lado, ¡total!... por lo que me importa del
lugar.
Me levanto temprano, agarro la
canasta y salgo sin preguntar. Como ella cuando me dejó. Salto el portón, y
camino por la ruta. No hay nadie, ni un auto se cruza. Llego a la cuesta,
acomodo mi cola en una piedra y la canasta al lado. Veo bajar un hombre a
caballo.
-“¿Qué haces sólo acá nene?” -Y las
lágrimas traicioneras salen de mis ojos y corren por mis mejillas...
-“¡Tienes un dolor muy grande para
tantas lágrimas!”-
Me las seco con el puño de la camisa, quiero
sonarme la nariz, busco el pañuelo y veo que me olvidé de traer uno. ¡Ni para
escapar sirvo! Si al final ella tenía razón...“Sos muy chico para estar sólo”,
me dice el hombre... ¿Por qué no se lo dijeron a ella así no me dejaba?
Alguien me nombra a los lejos, con
un grito lastimoso, abre los brazos, llega hasta mí, me abraza fuerte; siento
que me ahoga. Otra vez las lágrimas...
-“¿Qué té pasa te volviste loco?...
¡nosotros te necesitamos ahora!”-...
-¿A mí? ¿A un niño?-...
-“¡¡Sí a un niño!!”-
Mi perro me salta, y casi me hace caer para
atrás, pasa por mi cara su lengua áspera. Qué tonto, me olvidé de él, no le
pregunté si me quería acompañar. Y de pronto recuerdo que tengo que ordeñar la
cabra, y cortar la alfalfa para los conejos, abrir la compuerta de la acequia
para regar el membrillar y los viñedos, llevar los patos al estanque, darle
maíz a las gallinas y ver si hay algún huevo en el gallinero; recoger moras
antes que sople el fuerte viento norte y las tire al suelo.
Tengo mucho que hacer y soy un niño.
Solo un niño sólo.
Cuando llegue a la casa le voy a
armar una cruz con madera de palo verde,
y lo voy a poner justo en la punta del montón de tierra, aunque no me guste ir
al cementerio.
Ella se fue y no me
preguntó si quería que la acompañe. Pero no importa. Me verán todas las tardes
con mi libro bajo el brazo y mi perro al lado rumbo al cementerio. Me sentaré
frente a ese montoncito y leeré en voz alta la historia del tigre de Formosa y
una brisa suave me acariciará el rostro... ¡Será ella! ¡¡Yo sé que será
ella!!...
¿Qué saben los mayores de mi soledad
de niño?... ¿¡quién se imagina del pacto que haré sobre su tumba!? el que me ayudara a seguir
adelante... mientras mi perro bajará la cabeza. El sí entiende de soledades y
abandonos. Yo soy un niño, y aprenderé a ser hombre en la soledad de mis
días.-