CUENTOS EMBUSTEROS
Desparramados desde el
centro y hacia afuera, el vacío queda en los suburbios de un cuerpo que aún
late.
Ventanas los ojos,
observando marrones enmarañados con enredaderas verde oliva
Se hace puerta el
corazón excluyendo resentimientos, barre sin piedad la escoba memoriosa, y caen
en la vereda tantos sueños, tantos golpes,
muchos besos, pocos acompañamientos, pocos esfuerzos.
Sortilegio, sus
cabellos, que una vez tejieron sus dedos.
La mirada danza, sin
esquivos, y su voz, grillo noctámbulo, resuena en los tímpanos.
Inútilmente batallar
con años
La utopía del amor
primero se deshace, como se deshace la casa de chocolate, se pierde la ilusión,
como la sandalia. Los besos de príncipes y princesas terminan tan falsos en su
final, como el traje del emperador. Se olvida la palabra mágica y ya nada
responde ni con un Ábrete sésamo. Se duerme el amor como Cenicienta, sin que
llegue nadie a desvelarlo. La canasta con dulces se pierden en el bosque de
cemento. La manzana no es partida por flecha alguna. Y lo que fue una gallina
con huevos de oro, hoy es simple lata oxidada por la diaria rutina del desamor.
La cigarra engreída, canta, desvalorizando
el quehacer de la hormiga. Mientras un Pinocho quiere convencer a un Hada, que
sabe de su mentira. Caen Pulgarcitos, patitos feos, y hasta un Hansel toma la mano
de una Gretel para salvarse… y nos hacemos a la mar con Simbad…. tejiendo como Penélope…
Y se cierran los
libros.
Se abre un cuaderno,
como un bisturí que corta la carne, el lápiz escribe una realidad.
No hay enanos, ni
leñadores salvadores, hay brujas egoístas, sirenas que cantan sobre piedras
ilusorias, hay ladrones; pero no lámparas maravillosas. Hay ogros presuntuosos,
oportunistas, hechiceras y hasta Alicias con conejos sin tiempo.
Ya no sangra el cuerpo.
El naufragio lavo su flujo.
Muy dentro los músculos
hacen repiquetear con los palillos el parche llamando a ser habitado
No sirve un cuerpo
sepultado en la intemperie con recuerdos.
Ni llamadas a
espejismos.
Ni alientos evocados.
Desparramados desde el
centro y hacia afuera, el vacío queda en los suburbios de un cuerpo que aún
late.