EL GNOMO
Le llamó la atención
ese punto luminoso en la pared, y, como buen gnomo curioso, se aproximó
lentamente. Se paró frente a él y acercó un dedo. Tocó ese diminuto punto y al
instante un trueno lo ensordeció, una fuerza tremenda le arrancó del piso,
cerró fuerte los ojos, le volaban los cabellos y una de sus botas quedo en la
habitación mientras ese impulso lo arrastraba por el túnel con aroma a
peperina.
Cayó dentro de una
lata de conservas cuando terminó ese alocado viaje trascendental, se encontró
entre una niebla espesa que invadía el paisaje. Se dio cuenta que flotaba en
las aguas de un tajamar.
Sintió un ruido,
creyó que el tacho-balsa había golpeado
con una rama, pero se equivocó, era una cucharita de plástico que había quedado
desde la última fiesta de colectividades. La tomó con la mano y comenzó a remar.
Divisó una hermosa extensión de tierra y pasto y en la orilla descansaban patos
y gansos, unos árboles inmensos trataban de desperezarse estirando sus ramas a
través de la neblina. Siguió su recorrido hasta ver un murallón de piedra y más
atrás una edificación en forma de torre con un reloj. Se acercó al borde, unas
algas hicieron de ancla y el gnomo pisó tierra firme, se dirigió a los saltitos
hacia la escalinata, entró por una puerta de madera marrón y sin que ningún
turista madrugador lo vea, subió la escalera hasta llegar a donde el mecanismo
del reloj marcaba las horas. Un vientito suave le refrescaba las mejillas
rosadas, la niebla se disipaba. Con dos dedos tomó la manecilla del reloj la
hizo retroceder.
Resonó el trueno una
fuerza lo absorbió cerro los ojos… cayó sobre algo…abrió los ojos era su bota
perdida. Regresó a su lugar de origen.
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