Fluyen las palabras como lava del volcán

viernes, 2 de febrero de 2018

IMPREDECIBLE










IMPREDECIBLE


Beso el instante, por ser instante y no eternidad.
Queda libre la alegría, no me  ligo a ella y  consiento  su  libre tránsito.
Instantes vinculados, juegan a la rayuela, recorriendo casillas sin perder el equilibrio. Alegría, tristeza. Regocijo, desconsuelo. Gozo,  dolor.
Un perpetuo contento envasa y ciega la realidad vivencial.
 La recta, no es obstruida por algún montículo que nos devuelva al mundo presente, marchamos como títeres de sonrisa pintada.
Sin el trote de un corazón impetuoso, la fortaleza queda relegada en algún recoveco, y la vida no es vida sin montes, laderas y llano. Mar y torrente. 

Impredecible es la línea, como  finales y comienzos.


lunes, 11 de septiembre de 2017

EL ECO













EL ECO

El crepúsculo perfiló la sombra, llegó hasta el despeñadero, un cóndor marcó su vuelo. El musgo verde amarronado pintaba una que otra piedra. La simulación resbaló en un charco; diestramente retomó el equilibrio.

Paso aquí, paso allá.

Innovando una barandilla con postes, la profundidad se hizo presente.

A lo lejos quebrada y peñascos.

Perfiló una mueca sutil, casi una recta con pequeña curvatura labial. Tomó sus manos y con bizarra postura confesó “eres el amor de mi vida, yo no te miento”

El eco le devolvió la última palabra…”miento”.

Concluyente final del mito Eros, Psique y Ágape.

lunes, 10 de julio de 2017

PROYECCIÓN





Coincidir entre silencios que capturan el sutil dialogo, rompiendo la indiferencia de voces estridentes.
Tanta furia cotidiana, requiere imperiosa  un instante  de in-movilización y  reencontrar  la realidad agolpada en racimos.
La cosquilla,  enciende  corazones,  proyecta  las miradas en un paralelismo  unido, como ilusión óptica necesaria,  en el horizonte, sin miedos ni comparaciones.
 Único es el futuro anhelado.  
Algunos se lanzan, expectantes  al ímpetu de la existencia; otros, reposan  en la comodidad cotidiana  de lo desabrido.  

martes, 23 de mayo de 2017

OXIDADO








OXIDADO
Cada palabra se asoma; rebelde, en los labios oxidados sedientos de caricia,  quedan agolpadas como pequeñísimas partículas de arena formando dunas de frases, inalcanzables para el mar.
La mirada se adentra en mis ojos, su alma traspasa la retina suplantando a la voz; no oigo sonido, ni percibo silabas unidas, ni rumor hostil ni afectuoso. A regañadientes la respuesta surge turbada ruborizando mejillas  cuando aflora una pregunta inoportuna.
Cómo péndulo oscilante entre el amor inicial y el desinterés, agoniza mi corazón ante esa incertidumbre. No hay nada que decir en ese instante que pasa a ser en segundos, obsoleto cuestionamiento. La lágrima acelera su tránsito y la mente la retiene.
Cada cuál edifica el amor; algunos construyendo una Torre de Babel incomprensible, otros, puente infinito.

martes, 25 de abril de 2017

OTOÑO







OTOÑO


Imposible pedir a un corazón sin alas que vuele…
Cuando no hay nada que decir, las palabras quedan amontonadas como hojas de otoño.

En vano espero que el viento las arremoline y lleguen hacia mí… 

miércoles, 8 de marzo de 2017

MURMULLO









MURMULLO 
Mece el río tus colinas de amaneceres tardíos.  Inquieta la luna quiere ser espejo de tu sonrisa, mientras pinta de verde tu boca soñadora.
Manzana rojiza tus mejillas, rutinario andar no las observa;  sí, aquel cometa que descansó su mano en ellas.
Respingan las aguas entre las piedras; el mar trae su espuma; queda la playa sumando caracolas aguardando tus pies danzando en las arenas.
Breve murmullo de gaviotas.
Latente deseo

jueves, 11 de agosto de 2016

JAZMÍN





JAZMÍN

Como aferrándose a una juventud que ya había partido, la esperaba todas las siestas, sentado pacientemente en un silloncito de mimbre marrón claro, manchado de oscuro en el apoya-manos. En ese lugar donde sus manos arrugadas, se asían fuertemente, hasta quedar con los nudillos blancos.
Y tenso, esperaba.
Sus ojos cansados y tristes, miraban hacia la calle, el reloj en su muñeca marcaba la hora, una hora que se presentía, que ya no alcanzaba a percibir.
Ella era su sol en el ocaso de su vida. Ya la sentía venir, distinguía sus pasos, su taconear firme y el menear de su cuerpo al pasar. Y el perfume que inundaba la siesta. Era ese sublime momento, que aparentaba quedar suspendida en el aire.
Era el instante mágico, en el cual él quería atrapar toda la juventud. En ese efímero segundo ella, giraba dulcemente su rostro, y brindando una tierna mirada, lo saludaba alegremente, con una sonrisa franca. Él levantaba su mano cordial restituyéndole la cortesía.
Eufórico, disfrutaba de ese rostro cantarín. Y de pronto, como si una juguetona brisa la envolviera, ella desaparecía tras el gran jazmín. Era suficiente ese tramo para devolverle al anciano la alegría a sus ojos, y sin que nadie advirtiera, las lágrimas se arremolinaban, y una que otra incontrolable, se deslizaba por sus mejillas surcadas por el tiempo y soledad centenaria.
Su secreto. Era su secreto, nadie lo sabía, nadie lo presentía.
Una noche, una luna plateada entró por su ventana...

Como todos los días de la semana, a la siesta, caminaba hacia el lugar de siempre.

Lo había descubierto un día, en que la amargura se instaló en su corazón, y se alegró de encontrarlo. Cada día como un rito casi sagrado, saludaba a aquel abuelo, como agasajando una época pasada. Nadie lo sabía, era su secreto. Era para ella la bondad reflejada en los grises cabellos, y, en la mirada añeja, la protección, junto con los consejos no hablados, presentidos que la acompañaban hasta terminar el día, e iniciar uno nuevo, que ignoraba como se manifestaría.
Una tarde, como presagiando la ausencia, su andar se tornó tembloroso, y al llegar hasta la casa, vio con tremendo dolor, que el silloncito de mimbre marrón claro se encontraba vacío. Sus ojos se ensombrecieron, y el sol como augurando desgracia, se ocultó tras las nubes.
Siguió luego de la ausencia y el dolor de lo irreparable, el reproche. Tantas veces le quiso hablar, y tantos fueron los silencios que los acompañaron. Ya nada quedaba, solamente un silloncito solitario vacío.
Del por qué, se preguntó una y mil veces, pero actualmente era tarde, nadie respondería ahora.
Una noche una luna la miró diferente.
Y la noche con la luna le presentaron una nueva estrella, que la observaba y la seguía desde lo alto. Y, enviándole unos guiños cómplices, le hacía saber que desde allí siempre la escoltaría.
Nadie lo sabía, solamente ellos, unidos entre el cielo y la tierra por un arcoiris de estrellas.
Y en una siesta calurosa de verano, se atrevió con su tierna mano cortar un jazmín blanco de la casa del anciano, y lo guardó hasta que, seco ya, perdió el blanco puro de su color, tornándose marrón claro, como el mimbre del silloncito vacío.

Todavía está en un estuche de cristal protegiendo un recuerdo querido, como se custodia tiernamente el respeto y la amistad.