EL TREN
Salió con paso firme de la Clínica, los
resultados de su estudio los llevaba bien apretados bajo el brazo.
Los
médicos habían sido categóricos.
Todo
dependería de él, de la fuerza que emplearía para luchar contra ella.
Llegó a su casa, nervioso, nadie lo
aguardaba. Miró el mensaje adherido a la heladera: la comida está en el horno,
solo hace falta calentarla, un beso Milly.
Abrió
la puerta, miró dentro, pollo con papas. Encendió un fósforo, lo arrimó hasta
la hornalla, y cuando comprobó que se prendió, cerró con cuidado la puerta.
Se
dirigió hasta la salita, se sentó en el sillón verde. Respiró profundo.
Tomó
los papeles que había traído. Análisis, radiografías, estudios y más estudios,
complejos, simples. Resultados, diagnósticos. Palabras y palabras. Etapas,
evoluciones. Tiempo.
Tiempo.
Tiempo que se acaba. Seis meses.
Seis
meses... Habían pasado...
Ahora
estaba frente al ventanal, sus ojos fijos sin ver, fijos en el horizonte.
Era
el día indicado.
Hoy...
El papel así lo decía.
Anochecía, el sol iba perdiendo su brillo tras
el bosque, dejando un resplandor azul verdoso, un olor a pino inundaba el aire,
un viento fresco anunciaba tormenta.
Sus
ojos seguían fijos allí, su mente estaba llena de recuerdos, y esos recuerdos
volvían al presente, como una película tridimensional. Uno solo se hacía más
fuerte, lo sentía en su cuerpo
cosquilleando sus entrañas.
En
la esquina el bar de siempre, las mesitas, pocas, cubiertas con un fino mantel
rojo, sobre él un florerito con un rojo pimpollo de rosa, dos sillas blancas y
en un rincón, un piano sonaba dulcemente.
Y
la espera, la espera.
Una
cita de amor.
Pronto
llegaría, el reloj de pared marcaba las 19,50, faltaban expectantes cinco minutos.
Mientras
sonaban las campanas de la Catedral, la puerta se abrió y su figura enmarcó la
entrada.
Estaba radiante, como siempre la había soñado
y hoy, era una realidad. Venía hacia él.
La
saludó con un cálido beso en la mejilla. Se sentaron uno frente al otro. Él
tomó del florerito la rosa roja, la besó y se la entregó. Ella la sujetó entre
sus finos dedos y sus labios besaron los pétalos que él besó.
El
tiempo tirano aceleró las manecillas de la vida, no alcanzaban todas las
palabras ni todas las caricias de ella. No alcanzaban los besos de él, sus
manos fuertes tomaron las suyas, frágiles como para interrumpir el caer de las
hojas...
Pero
fue inútil ella tenía que partir.
El
tiempo transitó, y se filtró entre ellos
Partió
sola.
En
la estación se juraron amor eterno, en la estación se prometieron fidelidad.
Se
abrazaron como para ahogar tanta pasión y un fogoso beso; indestructible,
advirtió el final.
Ella
subió al tren y se quedó mirando por la ventanilla, en su boca se apoyaba la
rosa roja, como queriendo dilatar el beso.
Se sintió un silbato, una campana y a paso
lento el tren partió.
Ella cerró la ventanilla, llovía ya. ¿Llovía?
No, eran sus lágrimas que enlutaban su vista.
El
amor había perdido.
El
tren partía.
Seis
meses.
Habían
pasado ya seis meses, recordaba él.
Seis
meses del diagnóstico fatal. Seis meses de lucha.
La
vida había partido, en el tren de la vida.
Con
paso lento volvió a su casa. Abrió la puerta, caminó hasta su habitación, se
recostó en la cama.
Un
frío recorrió su cuerpo.
Cerró
sus ojos, y la vio. Se acercaba como pantera en acecho, en sus labios una
sonrisa.
Vestida
de blanco, cuerpo esbelto, extensa cabellera negra, y negros ojos. Manos
frágiles pero fuertes. Dedos largos y finos tomaron sus manos.
Se
recostó junto a él. Giró su rostro y lo miró.
Un
abrazo los envolvió, y lenta muy lentamente, los cuerpos se enfriaron.
Había
vencido la Muerte.