Fluyen las palabras como lava del volcán

viernes, 29 de julio de 2016

UNA SIESTA EN EL VALLE

















UNA SIESTA EN EL VALLE

Cuando las siestas calurosas en el valle, se hacían sentir en la cara, con aromas a viñedos y flores de tusca, nos escabullíamos por entre el borde inquieto de la acequia, rumbo al río de Aguas Coloradas.
Custodiando nuestras espaldas para no ser vistos, íbamos corriendo agachados, en fila, llevando en los bolsillos, las infaltables piedritas para jugar a la payana, casi sin respirar y con el corazón que nos salía del alma reconociendo la travesura, nos adentrábamos  por entre yuyales bajos y tuscales, hasta la orilla despejada.
Nuestros pies, rozaban el suelo, más que pisar para no hacer ruido. El crespín llamaba lastimosamente a su compañera, y nos acompañaba tramo a tramo, sin dejarse ver.
Bajo la sombra de algún chañar añoso, nos quitábamos las zapatillas, y comenzaba el juego. Cada uno sacaba como trofeo sus piedritas, sentados en círculo, y el que tenía la pajita más larga iniciaba la tirada.
Y la siesta era risa.
Siempre había algún pícaro que se acercaba a la orilla del río y le daba un puntapié al agua, como lluvia  estival nos salpicaba, y ese simple motivo daba lugar a salir corriendo alocados, tratando de tomarlo por los pies y arrojarlo agua adentro. Lo previsible, todos terminábamos mojados.
La hora pasaba, como pasaban las mojarritas tratando de tomar una que otra migaja de pan casero, vano intento nuestro de  atraparlas, eran ligeras y resbaladizas.
Era tiempo de regreso, y como quien se va, vuelve, de puntitas y en silencio, mezcla de miedo y alegría.
Ingredientes necesarios para una infancia con muchos soles.



No hay comentarios:

Publicar un comentario