EL GRAN HOMBRE PEQUEÑO.
La mentira atravesó como jabalina envenenada la
credibilidad. De un salto se apoderó de un cuerpo que no le correspondía, se
hizo fuerte al vencer su inocencia, y sin darse cuenta él, quizás, fue
creciendo a pasos enormes, como gigantes de las montañas andinas. Y el hombre,
enorme antes, fue decreciendo de tamaño, hasta quedar pequeño, y grande su
mentira.
Juan está en ese rincón del sillón, tapizado en tela azul con rayas en raso gris plomo, su rostro
sombrío, no refleja más ese brillo particular que despedían sus ojos
chispeantes marrones. Turbios hoy,
surcado por finas líneas. Su frente amplia marca la preocupación de no poder
vencer a quien se apoderó de él.
Inútilmente pide respuestas a sus preguntas, ella gana en segundos y hace
relucir su réplica, otra mentira. Y cada
vez más pequeño queda, el hombre grande.
Su mirada busca las de ella, suplicando el perdón que no
sale de su pequeña boca. Y quiere tomar su mano, acariciarla, como en otro tiempo. Pero ella la
retira al descuido, no sabe ya quién la acaricia, si él o su mentira.
Se levanta lentamente, le pesa su espalda, y sus piernas arrastra con dificultad. Juan camina hacia el
portón de algarrobo, corre el cerrojo, entreabre y sale hacia la calle, un
remolino lo envuelve en una fina tierra impalpable, se mete en sus ojos y caen
las lágrimas.
Vuelve a cerrar el portón, ella queda parada, se apoya en el
farol del jardín tristemente, y mira como se marcha.
Tras las lágrimas una mueca semejante a sonrisa marca
el rostro de Juan, es la mueca de la
mentira que ganó la partida.
Juan perdió la posibilidad de ser feliz.
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