Fluyen las palabras como lava del volcán

sábado, 28 de septiembre de 2013

EL TIEMPO PASA INADVERTIDAMENTE






EL TIEMPO PASA INADVERTIDAMENTE.


El negocio de antigüedades últimamente no andaba bien, pensaba el comerciante. Si pudiera vender algo sería un milagro. Las deudas se iban amontonando, y habían días en que no entraba gente ni para preguntar algo.
La cosa había cambiado desde que le trajeron ese reloj a cuerda tan antiguo con dos campanitas que sonaban, como viejas chicharras, cada vez que le subían el dorado botoncito de bronce, ubicado justo en medio de las dos bronceadas campanillas. La gente comentaba que estaba embrujado, y hasta quién decía que traía desgracia, para quién lo poseía.
Él era de no creer en esas cosas, habladurías, digamos, pero que las cosas cambiaron, cambiaron, había que reconocerlo... desde que llegó a su negocio.
Si lo pudiera vender... Se decía una y otra vez. Pero todo era inútil, seguía ahí expuesto en la gran vidriera que tenía el negocio.

Eran las 6,30 de la mañana y un grito aterrador invadió el espacio, todos los que lo oyeron se sobresaltaron, absolutamente todos. Rápidamente se vio como algunos abrían sus ventanas, y los más osados salieron a la calle para comentar qué habría sucedido. Los que ya estaban afuera vieron pasar corriendo a una anciana. Solamente a una anciana. Que encorvada, de largos y grises cabellos y como podía, corría alocadamente calle abajo.
Nadie la conocía. No sabían quién era. Pero todos pensaron por un minuto lo mismo, ¿dónde iría esa pobre viejecita tan alterada, a esas horas de la madrugada?

Hacía mucho tiempo que no se despertaba antes de oír ese sonido insoportable, el de esa chicharra maldita que le avisaba que ya eran las 6,30 de la mañana. Esta vez le ganó al tiempo, y a la chicharra de ese reloj antiguo que había comprado hacía casi un mes. Con regocijo bajó el dorado botoncito- esta vez no sonaría- solamente se sentía el tic tac, pausado
de ese mecanismo que marcaba el tiempo. Su tiempo y el de los demás. Tic tac.
Hoy se quedaría unos minutos más disfrutando del calor de las suaves sábanas. Tic tac, tic tac se detuvo de contar cuando sintió el ladrido alegre del perro de la vecina. Lo hacía todas las mañanas, cada vez que lo soltaba a la calle, él sí que saludaba al nuevo día. Empezó a contar de nuevo tic tac, tic tac, uno, dos, tres, y siguieron los números, siguió el tiempo pasando.


Se abrió la puerta del negocio de antigüedades, y vio entrar a una joven. Una clienta, suspiró el anticuario. Espero tener suerte hoy, pensó. Con la mejor sonrisa saludó a la joven, y cuando sintió las palabras de ella, no lo podía creer. ¡Preguntaba por el reloj de bronce! Ella había visto en la vidriera el reloj antiguo y le parecía adecuado para su dormitorio, junto al velador de bronce, sobre la mesita de roble, con un hermoso mármol azul celeste, heredado de su abuela. Cuando preguntó el precio no le pareció muy costoso. El anticuario respiró aliviado, una venta, después de tanto tiempo... y esa venta era el reloj.
Al fin alguien se llevaba el reloj.

Realmente no sabían que había pasado. Ese grito desgarrador había quedado flotando en el aire y en los oídos de todos los vecinos. Un perro que justo en ese momento estaba ladrando en la calle, se metió corriendo dentro de la casa, temblaba asustado, con los pelos del lomo erizados.
Por la mañana los vecinos que se reunían comentaban asombrados y a la vez atemorizados, y  recordaban la historia había pasado nuevamente, ¿sería posible que otra vez?...
Un viento frío comenzó a soplar y los vecinos regresaron a sus casas murmurando por lo bajo... otra vez.... ¿otra vez había sucedido lo mismo?

Dejó de contar el tic tac, prendió la luz del velador de bronce, sintió un frío en el aire, era raro, estaban en pleno verano. Se levantó, creía que ya fue suficiente el tiempo que había permanecido de más en la cama, apoyó sus pies en la alfombra y sintió sus piernas cansadas y muy pesadas. Qué raro, no había ido al gimnasio el día anterior.
En la tenue iluminación de su habitación, comenzó a peinar sus negros cabellos, cortados en un perfecto carré. No terminaba de pasar el peine por ellos, era como si le llegasen hasta el suelo. Quiso mirarse en el espejo grande que tenía en el otro extremo, debió apoyarse en el bastón, recuerdo de su abuela; su espalda no quería enderezarse.
Se paró como pudo frente al espejo, encendió el velador grande y en el espejo vio reflejada la imagen de una anciana, sus largos cabellos grises, brillaban bajo la luz de la lámpara, de espalda encorvada, vestía con su mismo camisón de seda rosa.
Un grito desgarrador salió de su garganta y el de la imagen de la anciana. Abrió la puerta de calle y salió corriendo.
Era una pesadilla.



Desde que vendió ese reloj antiguo las cosas cambiaron. Habían pasado varios años, las ventas en ese tiempo aumentaron y el negocio prosperó muchísimo. Se había convertido en el local más prestigioso. El dueño de las antigüedades se preguntaba una y otra vez si podría ser cierto que ese objeto, habría estado embrujado o no. Era para pensar, pero por suerte esa joven se lo llevó. ¿Qué habría sido de ella? ¿Le habría ocurrido algo? La verdad no le importaba, ya había pasado muchísimo tiempo; ¿cuánto? No lo recordaba, pero era mucho. Ahora se vendía bien, mejor que antes.

Se abrió la puerta del negocio y entró una viejecita de cabellos grises y espalda curvada como luna en cuarto menguante, caminaba pausadamente, apoyada en un bastón. En la mano libre traía algo envuelto en papel, lo desenvolvió y ofreció al anticuario, que con asombro, vio que era el mismo reloj antiguo que había llevado tiempo atrás la joven. Con mirada suplicante la anciana se lo quería vender a bajo precio. Hasta dejarlo sin recibir nada a cambio. No lo quería más. El anticuario titubeó, no sabía qué hacer. Vio el rostro de la anciana, y al levantar la vista vio su propio rostro reflejado en el espejo; y tomó la decisión.


Fue pasando de generación en generación, el pueblo sabía del maleficio, lo comentaba en voz baja. No querían hablar de él.
Cuentan que muchísimo tiempo atrás había aparecido un anciano que traía un antiguo reloj con botón de dorado bronce, y quién lo bajara para no sentir las campanillas, el tiempo le pasaría inadvertidamente en su cuerpo, y tan rápido que cada tic tac, serían meses, años quizás... transcurridos envejeciendo sin notarlo, sin darse cuenta de ello. A él se lo había entregado unas gitanas, como pago de un trabajo. Y después que se cumplió el maleficio fue a la tienda de gitanos buscando una respuesta a tanto suplicio. Ellas le explicaron la verdadera historia de aquel misterioso reloj. Nadie sabía cuándo llegaría el final de ese maleficio, solamente las gitanas y él.
Estaba escrito en algún lugar.

En la oficina estaban preocupados, nada se sabía de la joven recepcionista, una mujer muy bonita de rostro redondo, enmarcado por negros cabellos cortados en un perfecto carré.
Siempre había sido muy puntual para sus tareas, pero de un día a otro, y sin avisar, no había vuelto más.
Los días pasaban y a los empleados les llamaba la atención, la presencia de una anciana que caminando lentamente apoyada en un bastón, cada mañana se paraba frente a la puerta y los miraba tristemente. Veían en esos ojos, un brillo especial, conocido, mientras unas lágrimas le corrían a la anciana, por sus arrugadas mejillas.
Era muy parecida a la joven recepcionista. Algunos se arriesgaban a decir, que quizás era algún pariente, hasta quien comento que sería la abuela de la joven tal vez. Pero ella nunca entró en la oficina, y nadie se atrevió a preguntarle nada a ella.

La vidriera del negocio de antigüedades exhibía un reloj antiguo con un botón de dorado bronce y dos campanitas.
El joven matrimonio pensó que era justamente lo que estaban buscando desde hacía tiempo, para colocarlo sobre la lustrosa madera de su hogar. Ya se imaginaban como brillaría, cuando en las frías noches de invierno encendieran el fuego. Sería delicioso sentir el tic tac, más el crepitar de los leños quemándose.
Abrieron la puerta y entraron, el anticuario, un viejecito amable, los atendió, pero ante el pedido de esa antigüedad, el viejo reloj, oyeron asombrados que no estaba en venta.
Salieron desilusionados, no lo podían compra y no entendían el porqué de la negación.
Una sonrisa apareció en el rostro cansado del anciano. Detrás de la cortina meciéndose en un sillón, una anciana de espalda curvada como luna en cuarto menguante, sonrió también, agradecida, recién había llegado de su rutina diaria, ir caminando hacia la oficina donde había trabajado y mirar a los empleados, los que habían sido sus compañeros.
Pronto morirían, pensaban los dos ancianos, estaba escrito, y junto a ellos, dejarían el testamento de que nadie podía quedarse con aquel reloj. Y lo que sí tendrían que hacer era enterrar el reloj antiguo de botón de dorado bronce, y dos campanitas, junto a sus cuerpos. Sería el final del maleficio.

El final que estaba escrito dentro de las dos campanitas del antiguo reloj.



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