Fluyen las palabras como lava del volcán

sábado, 28 de septiembre de 2013

JUGANDO CON EÑE






JUGANDO CON EÑE

Me desperté un invierno de mañana helada, el agua como cristal de bohemia había formado un sinfín de gotas transparentes, estáticas. La cabaña presentaba unos colores añil, cuando los rayos partían oblicuos desde el cielo. Los leños encendidos  entibiaban el ambiente. Niñez  entrañable vino a mi memoria, cuando las llamas agrandaron su tamaño y me vi con mi ñata pequeña, empañando el vidrio de la ventana, los cañaverales  acompañándose en suave vaivén cuando daba su contraseña la brisa inquieta. Aroma a buñuelo circuló por el aire, la pañoleta de mi madre rodeaba su rostro trigueño, y sus manos, añosas, colocaban dentro de una bruñida fuente, dorados esponjosos bollitos sabor a vainilla. Un puñado de moras se maceraba en añejo licor, aliño para tamaña dulzura. Como olvidado, el ñandutí descansaba en el respaldo, entre algunos hilos enmarañados, cintas y cobijando a una muñequita de trapo de trenzas de lana amarilla. A lo lejos  veía a Manuela, esa yegua  mañosa quinceañera, de crines largos, pedigüeña cuando nos veía caminar entre los viñedos  y racimo de negras uvas en las manos, a un guiño salía al trote, saltando bajos peñascos  y relinchando como la mejor. El ñandubay nos daba su sombra en tardes acuñadas de alegrías y de pronto un canto de ruiseñor me trajo a la realidad.
Atrás había quedado la niñez, las piñatas, moños y leña. El bañado, su castaño, y la cigüeña. Los ñoquis domingueros, cumpleaños felices, garrapiñadas…

La guadaña escondida tras las sombras, mientras yo, con una copa de coñac engaño su hora.

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