ANA Y LA
CULPA
Ana busca en la pared
de ladrillos irregulares, quemados algunos, el timbre.
Anochece y sigue parada sin encontrarlo, otra noche más sin
conciliar el sueño.
La culpa baila enloquecida de alegría en el cuerpo de Ana. No
es culpa de la culpa, la culpa es de Ana que la dejó entrar cuando otro no
quiso asumir responsabilidades y se
deshizo de ella, y la tiró, como quien tira una flor, una rosa con espina. Y la
mano de Ana se estiró y la tomó.
La despierta en las madrugadas, sin previo aviso, o cuando
camina por las calles arboladas de su pueblo. Ana mira a las personas con quien
se cruza para ver en sus rostros si se dan cuenta que lleva la culpa encima.
A comienzo no sintió ningún dolor, ni molestia, sólo el
sentido de asumir lo que realmente no le correspondía, pero después con el paso
del tiempo algo comenzó a corroer dentro
de ella.
La culpa es inteligente, se introduce primero en el corazón
de Ana, que se le oprime cuando ve un niño descalzo y ella con zapatos, y
piensa que ya no se comprará zapatos. Después pasa a su estómago, que se cierra
cuando pasan imágenes de gente pobre revolviendo tachos de desperdicios,
buscando sobras que se han tirado, y comienza a comer menos. La culpa se le instaló en su consciencia y se reprocha cada
cosa que hace mal, o se equivoca al tomar una determinación. Cuando llega tarde
o no puede ir a algún lugar.
Ana se fue encerrando. Cerrando cada día más, hasta que en
su pecho casi no le entraba el aire, y en ese último intento de inhalar sintió,
un aroma diferente, y casi arrastrándose fue hacia esa pared de ladrillos
irregulares, quemados algunos y comenzó a tantear, hasta llegar al timbre. Lo
encontró apretó fuerte y sonó. Primero se
sobresaltó, al segundo volvió a apretar ese botoncito negro y una voz inundo el
ambiente, esa voz que salía de su interior le decía que matizara su vida con colores. Que
nada era blanco o negro, y muchas culpas
tomadas, no eran suyas. El tercer timbre que resonó fue con dos letras que se
estamparon en la pared, iluminaron su cielo, dos letras mayúsculas que formaron
una palabra que ella la repitió, primero
muy despacio, con miedo por lo que podía suceder. Como nada cambió la dijo más
fuerte, una vez, dos veces, tres veces…. n o… NO…NOO…NOOO… y el aire le entró a
borbotones en sus pulmones, y se colorearon sus mejillas de un rosa tenue, y
una sonrisa… una sonrisa sublime se
apoderó de su cara. Y la culpa salió expulsada como una bala de cañón.
Ana hoy reparte responsabilidades y si algo no puede
solucionar cierra la puerta para que no vuelva a entrar la culpa.
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