EL LEÓN
La vio, pensando que era indefensa, se fue acercando
lentamente. Agazapado, casi arrastrándose caminaba con sus ojos fijos hacia
ella. Aroma a inocencia, de su cuerpo emanaba y el viento se llevaba hacia su
nariz. Olfato de león en celo lo percibió. Paso a paso sigiloso, disimulado
entre la multitud y la jungla de
ladrillos y cemento. Ella distraída entre los colores deslumbrantes de tiendas
y luces consumistas, absorta, libre de pensar en riesgos periféricos y medianamente lejanos a su vista.
Ilusa, pensó, fantasiosa mujer romántica, utópica risueña de cuerpo solitario
sin otra sombra que la acompañe. Llenó su pecho de orgullo imaginando a su presa
rodeada por sus brazos y su boca lamiendo su piel, devorándola gustoso, agitado.
La pensó entre sus manos, la dibujó en el aire, la diluyó en deseos profundos. Y
hacia su figura se encamino más resuelto que nunca. Sería solamente de él, entretenimiento de cuerpo sin
emoción. Se precipitó leve, ingenioso y
ella lo miró. El tiempo se disgregó en minutos efímeros que recogieron miradas,
aromas, fuerza y delicadeza, hombría y femineidad. El espacio se tornó
absoluto, y la nulidad se retiró sin preámbulos. La fuerza animal ganó la
batalla, pensó, la dama sumisa reposará entre mis sábanas.
La noche dialogó con la madrugada cuando vio a un hombre sentado
en un banco de plaza malherido sufriendo por la presa quimérica que enamoró a su corazón
y se fugó.
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