Fluyen las palabras como lava del volcán

domingo, 14 de julio de 2013

JUAN Y LA NADA




JUAN Y LA NADA

Juan tiene una casa bordeada de rosales, una enredadera con hojas verde oscuro se retuercen en la reja tratando de asfixiarla inútilmente, un auto y dos perros marrones raza PERRO!!
Juan tiene un trabajo muy tranquilo. Bajar carpetas archivadas para buscar expedientes que le solicitan los abogados. Se levanta todas las mañanas, se baña, afeita,  se coloca la crema protectora en sus manos,  y se viste. Su mirada celeste, celeste nostalgia la que despiden. Sus labios carnosos se aferran uno a uno para no lanzar el grito que lleva dentro.
Sale lentamente, casi encorvada su espalda. Le pesan las amarguras, casi tanto como el portafolio que sostiene su mano izquierda.
Se sienta en el bar, toma el diario, abre la sección política, se esperan cortes de ruta… paro de transporte de media y larga distancia… Un sobrecito de azúcar será suficiente para la taza de café, y con esa medialuna estará desayunado. Los minutos contados para llegar a la parada de colectivos…. No hay colectivos hoy…. Vuelve a su casa…saca el auto de la cochera…llegará mas temprano al trabajo.
Celeste nostalgia despiden sus ojos.
Estaciona en el reservado, tuvo suerte, todos han venido con sus autos. El edificio, imponente gris  de puertas giratorias lo atrapa, lo gira y absorbe hasta su recinto iluminado por tubos fluorescentes. Resaltan plateados sus cabellos grises.
Juan, empleado público.
Juan huele a perfume Avon, que se mezcla con olor a humedad y encierro. Descuelga el guardapolvo azul y se lo coloca, abrocha uno a uno los botones azul oscuro. Sus manos irritadas y lastimadas por el polvillo de los carpetones viejos piden a gritos guantes para ser protegidas pero no hay presupuesto para guantes.
Pasan los minutos en una sucesión de movimientos subir la escalerita, mirar la fecha tomar la caja, bajar, buscar la carpeta, entregar el expediente, subir la escalera guardar la caja en su respectivo lugar. Todos los días, todas las semanas, doce meses, salvo feriados, paros o las vacaciones.
Celeste nostalgia despiden sus ojos.
Son las seis de la tarde, mira el folleto de turismo que le entregó el delegado del sindicato, lo dobla en cuatro y coloca en el bolsillo derecho de su pantalón de jean, en una hora y media llegará  a su casa. Guardará el auto en la cochera. Los perros le moverán la cola. Abrirá la puerta y la nada lo recibirá como siempre.
Celeste nostalgia despiden sus ojos celestes.
La nada lo envuelve, lo lleva hasta su dormitorio le cierra los ojos con un beso y le hace el amor.



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