JUAN Y LA ESCALERA
Juan se detiene antes de cruzar la calle, el semáforo
le impide seguir. Mira el reloj en su muñeca, malla negra de cuero y esfera
plateada. Luz verde, sigue…
Luz verde, luz amarilla luz roja. Limites diarios
que nos hacen detener, prestar atención
o seguir seguros. Son las luces las que
delimitan nuestros deseos y realizaciones
piensa Juan, mientras sube los escalones porque el ascensor no funciona.
Tres pisos hacia arriba, vivimos encarcelados
libremente entre conceptos honestos, decentes,
mientras los deseos fuera de esos términos son contenidos. Domados como potros a gusto de la sociedad.
Faltan dos pisos más, sigue pensando Juan.
Hace calor en ese caracol escalonado, es la serpiente el inocente deseo o son los ángeles los demonios que maliciosamente clavan las flechas de lo censurado, ilegal o
contraindicado. Si los conceptos fuesen cambiados y al orden llamaríamos caos, la vergüenza de la desnudez sería admiración
de formas, y las ropas velos imprudentes. Cuatro escalones más el descanso
piensa Juan.
Ultimo piso, y llega a su oficina. El bien y el mal,
si - no, blanco - negro, delimitan, quién más que nosotros y nuestras estimaciones
prenden el semáforo, alertan los sentidos, la lógica trayectoria desde la
infancia nos guiña y hace sonar la sirena de la atención. Permitirnos arco
iris, romper con un trueno y partir el cielo, dividir el celeste con la negra
noche y concedernos ver estrellas sin
por ellos nos demanden por transgresores. Juan abre la puerta.
Juan abre la puerta a sus deseos. Vence al qué
dirán.
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